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lunes, 7 de junio de 2010

Capitulo 41.

Te sientes inútil cuando hay situaciones en las que no sabes lo que hacer. En las que dudas varias veces como actuar ¿Qué hacer?.
Dejé el móvil encima de la mesilla y me tumbé en la cama. Comencé a hojear una de las revistas del cajón, aquellas revistas de moda que siempre están criticando a la gente que no tienen cosa mejor que hacer que meterse con alguien, que arruinarle la vida pública. ¡Qué se jodan! Cerré la revista con fuerza y la estampé contra el suelo. Me abracé a la almohada y cerré los ojos.
Mi móvil comenzó a sonar, había conseguido coger el sueño. Descolgué.

-¿Si?

-Nicole, hija estamos en el hospital. Siento no haberte avisado antes.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Me costaba respirar.

-Mamá pero ¿qué ha pasado? ¿algo grave? ¿voy para ya?

-Papá..

-¿Papá qué?

-Se le ha parado el corazón de forma repentina.

-¿Un infarto?

-Puede ser, lo están intentando reanimar.

-Voy para ya.

Colgué el teléfono y me lo metí en el bolsillo de los vaqueros. Cogí las llaves de casa y la bicicleta, ya qué mi Vespa estaba en medio del campo rota, y comencé a pedalear. El frió y la oscuridad de la noche hacía que el camino fuese más lento y agotador. A pesar del frío las subidas y bajadas hacían que me sudaran las piernas. Mi coleta no paraba de tambalearse y mis manos temblaban en el manillar. El sillín estaba empapado de sudor y de mis ojos caía una que otra suave lágrima. Aún no sabía ni yo misma porque lloraba. Si por mi padre o por las situaciones tan extrañas que había vivido en estos últimos días.
La puerta del hospital. Dejé la bicicleta en la puerta y entré corriendo.

-Señor Jonson

-Pasillo tres. Puerta numero 345 a la izquierda.

-Gracias.

La chica de recepción me hizo una extraña mueca. Lo que me asustó aún más.
Enfermeras apresuradas con camillas, señores mayores apoyados en su bastón, colas y colas para realizarse un análisis de sangre y yo corriendo por todos los pasillos. Por fin delante de mis narices habitación 345.
Abrí la puerta sin llamar, sin golpear, sin pedir permiso.

-¡Papáaa!

Había un hombre negro con unas gafas de sol y lleno de tubos. No creo que la parada de corazón afectara a la forma física de una persona.

-Lo siento, disculpe.

El hombre permaneció callado, tan solo miraba. Y miraba eso que a mi no me gusta que miren.
Le dirigí una mirada de avergonzada y salí corriendo de aquella habitación.
Fui al cruce donde estaban todos los pasillos. ¡Mierda había ido a pasillo cuatro!
Volví en el ascensor con una enfermera. Las dos bajamos hasta el pasillo tres y yo fui corriendo hasta la izquierda, chocándome con todo el mundo. Pero llegué. Allí estaba Catherine en la puerta algo nerviosa.

-¡Dios mió por fin! ¿Cómo esta?

-Pues sigue sin responder.

-Joder..

-Pero que extraño ¿no?

-Al parecer esto es muy frecuente últimamente. A muchas personas se le para el corazón de un momento a otro y se quedan en coma durante muchos años, unos quizás consiguen despertarse pero otros no lo hacen jamás.

-Tienes razón. No me quiero quedar sin padre ahora que por fin lo tengo.

-Ni yo. Pero después de todo él nunca nos ha querido.

-¿De verdad piensas eso?

-Sí. No hay más que verle la mirada. Yo creo que él ya sabía que se iba a morir y solo ha venido a pasar sus últimos días con nosotras.

-No digas tonterías Catherine por dios. ¿Y mamá?

-Hablando con el médico, ya no tardará en salir.

-Eso espero, por que estoy que me muero, vengo en bicicleta.

-Pero ¿y tu Vespa?

-Se encuentra en extrañas circunstancias.

-¡Cuéntamelo ¡

-No creo que un hospital sea el lugar más adecuado para contártelo.

-Jaja a saber lo que le ha podido pasar. Y a ti, que por cierto últimamente llegar muy tarde a casa.

-Problemas de personas mayores.

-Será eso ¿no?

-Por supuesto.

Y estallamos las dos en una extraña carcajada. Y nuestro padre a punto de morirse. La vida es tan extraña, las circunstancias tan inesperadas, los momentos tan raros. Lo que nos taca vivir, para después morir.

Una señorita se acerco a nosotras.

-Silencio chicas por favor

-¡Perdón!- respondí yo mirando a Catherine.

Fuimos a la salita de espera y nos sentamos cada una en una punta. Comenzamos a ojear una de esas revistas que yo tanto odio. En cada página una comparación, joder el mundo si que no tiene estilo.

Y volví a reírme. Por todo, por mi vida, por mi misma.
Quizás los demás tengan razón al decir que si el mundo nos da mil razones para llorar debemos demostrar que nosotras tenemos mil y una para reír.

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