Estaba preparada. Al menos en lo que se refiere al aspecto. Llevaba el vestido largo que me había comprado con mi madre para la ocasión, con el pelo liso suelto que me llegaba más debajo de la altura de los hombros, estaba lista. Pero estaba nerviosa.
Fuimos al sitio donde iba a ser la fiesta algo así como una hora antes de que empezara a llegar gente, para asegurarnos de que todo estaba en orden.
Empezó a llegar la familia, primero los más cercanos: mis abuelos, algún tío que vivía por allí cerca y los correspondientes primos. Yo había tenido que ir ha recibirlos a todos.
Me lo estaba pasando genial con mi familia y amigos, que habían llegado poco después. Tuve que ir, una vez más, al hall a recibir a otro invitado. ¡Tierra trágame! Pensé al verle. Me encantó ver a mi padre, por supuesto, pero me puse de los nervios. Entre una cosa y otra no me había dado tiempo a montar una explicación para mamá. ¿Qué le iba a decir? “Mamá, invité a papá hace tiempo y no te lo he dicho porque me daba miedo que me echaras a los leones”. ¡No era plan!
-¡Hola papá!- me eché a sus brazos y le dí un beso por mejilla. A él eso le pilló con la guardia baja, pero se recobró y también me saludó:
-Hola cariño, yo también me alegro de verte- dijo entre risas. Se retiró de mi abrazo y me dio un regalo mal envuelto diciendo el típico “felicidades”. No lo abrí, lo dejé con el resto de los regalos. Ya lo abriría más tarde.
-Gracias papá, ¿vamos?
-Vamos.
Y allí estaba yo, de camino hacia la muerte… vale, a lo mejor exageraba un poco, pero si que me esperaba un buen castigo.
Mi madre no nos vio entrar, pero parte de los invitados eran familiares de la familia de papá, y empezaron a saludarle, contentos de verle allí, mamá vio la bulla y vino a ver quién había llegado. Me quise morir cuando vi su cara. Papá reaccionó ante el sonido de horror que hizo mi madre:
-Cariño por favor, hablemos un segundo.
En ese momento mi madre me miró extrañada y horrorizada a la vez, yo puse cara de disculpa, no podía sentirme más culpable por no haberle avisado.
Se fueron a hablar al pequeño habitáculo que había entre la cocina y el gran salón. Yo estaba que se me salía el corazón del pecho. Traté de relajarme y volví a la fiesta.
Había pasado demasiado tiempo, pero no podía preocuparme… yo tenía que seguir con lo mío. Hacía tiempo que había dejado de llegar gente así que me sorprendí cuando me avisaron de que había un chico en la puerta preguntando por mí. Será un primo que se ha enterado mal de la hora. Pensé. Y fui al hall bajando las escaleras por quinceava vez. Resbalé con los tacones y me di con la pared en la cabeza, nada grave, ni siquiera me dolía cuando me puse derecha. Llegué abajo, allí no había nadie, o eso creí yo, hasta que le vi. Estaba apoyado en la pared, detrás de la puerta abierta. No podía creerlo. No podía ser.
¡ESTO NO ERA REAL!
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