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martes, 14 de septiembre de 2010

Capitulo 47.

Si, si que era verdad. Habían pasado algo menos de dos meses pero las calles, los coches, las personas paseando por las calles seguían exactamente igual. Barcelona volvía a ser mi realidad. Quizás después de mi fantástico ocho en selectividad las cosas este año para mi iban a ser más fáciles o al menos eso me imaginaba yo. Las puertas de la facultad para mí iban a estar abiertas. El uno de Octubre comenzaré la dichosa rutina pero a la vez totalmente nueva, un cambio de aires. Justo, eso “cambio de aires” eran las palabras de lo que iba a sentir este año. Samanta se iba a ir todo el curso a Oxford a perfeccionar su inglés. Esa fue una de mis opciones en su día pero yo la rechacé, no tenía ganas. De aquella parejita de amantes, de Melissa y mi chico de las ray-ban que ahora era el suyo no volví a saber nada desde el último día de clases que se presentaron a hacer los exámenes. Se fueron, quizás a estudiar fuera los dos juntos. Como me alegraba por ellos. Bob, no lo vi en todo el verano. Pero en mi cabeza estaba y no me lo podía sacar. Algunas noches soñaba con él, algunos días me iba a ver los atardeceres a la playa y podía sentir sus besos. Puede ser… No, no creo. No lo creo en absoluto yo misma fui la que le dije adiós. Y ahí él se desvaneció para siempre no tenía ganas de ponerme triste y de volver a pensar en él. Porque ya era demasiado tarde , ¿qué estoy diciendo? Él a mi no me conviene. Mi verano no había sido nada del otro mundo, no había sido como te lo imaginas, desfasando todas las noches. Es más ni una sola copa, ni un solo cigarro. Había estado con mi madre y Catherine en nuestra casita de la playa en Mallorca, nada en especial.
-Nicole cariño termina de sacar las cosas que quedan en el coche
+ Vale, mamá. Ahora mismo voy.
Salí de mi habitación a toda prisa y baje los escalones de dos en dos. La puerta ya estaba abierta. Abrí el maletero y saque las dos maletas que quedaban. Cerré el coche y entré en casa de nuevo. Mamá estaba en la cocina organizándolo todo, Catherine en su habitación terminando de colocar toda su ropa, y yo iba ahora mismo a hacer lo mismo. Deje las dos maletas en medio del salón y subí a mi habitación de nuevo.
Tanta ropa esparcida por el suelo, revistas, CDs, chicles, … lo que conlleva llegar de nuevo a casa.
Tarde bastante en ordenar aquello. Pero después de horas doblando camisetas metiéndolas en un cajón acabó todo.
Las nueve de la noche y no podía más. Fui a la cocina, mamá había acabado de organizar todo. Apagó su radio cassete de música de los noventa y dio un soplido de satisfacción. Catherine no había soltado el teléfono desde que acabó de ordenar su habitación.
-Nicole necesito que vayas al super y traigas esto.
Me dio un papel con varias cosas escritas.
+Voy ahora mismo.
Me vendrá bien salir a pasear un rato. Cogí el dinero y la lista de la compra y salí.
Ahí estaba mi Vespa con su amarillo reluciente y sin ninguna gota de polvo y justo donde yo la había dejado la noche antes de irnos a Mallorca.
Se notaba la gente en la calle, las madres con sus hijos. Los tíos con los cascos y los skater de los que un día de estos se iban a caer.
El súper estaba a rebosar. ¿ Todo el mundo había llegado hoy? o ¿qué?
Entré bastante decidida, pasillo cuatro cereales y cola-cao, pasillo ocho lentejas, arroz y pasta.
Nada más. Fui a la caja que vi más vacía y me puse en la cola.
Un chico alto rubio con el pelo largo algo despeinado giró su vista a mí. Con la camiseta de Levi´s algo mal colocada y aquellas botas que no le pegaban en absoluto, no sé que miraba exactamente si a mí o algo detrás de mí el caso es que no quitaba el ojo de encima. Sus ojos marrones brillaban bastante. No era mi tipo la verdad.
¡Mi turno!
La mujer paso todo deprisa.
-Son 42,50. ¿Efectivo o tarjeta?
-Efectivo.
Le entregué el dinero. Metí las cosas en la bolsa y me fui, sin saber lo que aquel chico miraba realmente. La verdad solo me producía curiosidad porque la verdad yo solo podía pensar el Bob. Pero ¿qué digo? Quizás estaba confundida cuando le dije que no, quizás el se merecía otra oportunidad, quizás el si que iba a estar en mi futuro. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas a su cara, a su nombre, a su sonrisa, mil preguntas sin respuesta que brotaban inexplicablemente.
Aún hacia calor por las calles, es lo que tiene Barcelona. Llegué a casa y Catherine seguía pegada al teléfono. Yo tenía que llamar a Samanta. Le di las bolsas a mamá y fui a ducharme.

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